EL PERRO FERNANDO

Fernando encierra la singular historia de un perrito de ojos vivaces, que sin tener dueño ganó el cariño, la simpatía y la admiración de grandes y chicos. Su presencia y comportamiento en los distintos lugares llamaban la atención. Murió en 1968.

COSAS DE PERROS Y DE HOMBRES

Una ciudad, Resistencia, y una calle. Este es el escenario. En la acera del Fogón de los Arrieros, rodeado de cesped, se aprecia la escultura de un perrito llamado Fernando, cuyos restos descansan allí. A su lado se lee: "A Fernando, un perrito blanco que, errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento".

Eso es todo lo que ve un forastero que no necesita más indicios para intuir que algo muy significativo encierra ese sencillo monumento levantado a la vera de una calle de esa curiosa ciudad llamada Resistencia, capital del Chaco.

Lo que el forastero no ve es otra historia que vamos a reseñar por muchas razones. Una de ellas podría ser la de contribuir a la perdurabilidad de hechos que dignifican al hombre y hacen inmortales a los pueblos.

Hace unos años, en una calle de Resistencia, un perro vagabundo cayó bajo las ruedas de un carro. Rodeado de chiquillos y de curiosos, el pobre animalito se debatía en los estertores de la muerte. A uno del montón se le ocurrió llamar a la puerta del viejo médico sin pacientes, en la que una brillante placa de bronce refractaba los rayos agresivos del sol de octubre. El médico cargó los restos sangrientos del perro y en la camilla del consultorio, a la vista de toda la chiquillada que no quería perder un detalle de lo que ocurría, cortó, cosió, rehizo en dos horas de delirante trabajo. Luego le armó una cama dentro de un cajón que ubicó en un ángulo del consultorio y allí quedó el animalito a la vista de la gente del barrio que a través de los vidrios de la ventana seguía las etapas de una evolución en la que todos se demostraban interesados.

Nadie sabe quién fue el primero que lo llamó Fernando. La cosa es que ese nombre entró a formar parte del repertorio de dioses del piberío de Resistencia, y promovía un raro sentimiento de solidaridad entre los que, hombres ya, la tenían olvidada.

Fernando reaccionó milagrosamente y un día abandonó su cajón. Pero no sabía caminar. Con paciencia de abuelo el médico emprendió la tarea rodeado del cariño de la buena gente, que descubría recién las bondades y las virtudes del viejo facultativo, cuyo consultorio volvió a llenarse de pacientes, crédulos y animosos.

Cuando Fernando, claudicante, pudo andar, se largó por las calles y los caminos de Resistencia. Nadie pudo amarrarlo nunca, ni detenerlo, ni aquerenciarlo. Fernando tenía de la libertad una opinión que no se prestaba a conjeturas. Y de la gratitud también, pues de tanto en tanto llegaba a la casa del viejo médico, arañaba la puerta hasta que le abrían y tras lamerle las manos milagrosas y hacerle carantoñas inconfundibles volvía a la calle.

En los festejos patrios, en las conferencias y conciertos del Fogón, en los bailes del Club Social, en las exposiciones del Ateneo, Fernando tenía su recalada. A esos actos acudía blanco, impoluto. Esa limpieza le costaba el sacrificio de ir al Puerto Barranqueras, y el sacrificio, doblemente sensible, de volver. Y cuentan en el Fogón de los Arrieros que cuando el disertante aburría o el concertista pifiaba, hacía ostensibles demostaciones de desagrado saliendo de estampía sin miramientos.

Vivía un pintor en Resistencia: René Brussau. Muchas obras había realizado el artista bajo la mirada tierna y honda de Fernando. Una mañana la gente de la calle vio a Fernando haciendo verdaderos esfuerzos para llamar la atención. Sus demostraciones inducían a seguirlo. Y la gente que creía ciegamente en el perro fue tras él hasta el estudio del artista. René Brussau yacía en el suelo, sin vida, frente a una tela empezada, todavía con la paleta en el pulgar.

Esta historia podría ser más larga, mucho más larga, pero no lo será. Fernando, sensible y humano como su nombre, fue en Resistencia algo así como el paradigma de la fidelidad y del amor. Su cadencioso andar por las calles como un blanco vellón impulsado por el viento, era seguido por los ojos de todos los habitantes de la ciudad que veían en su imagen la cosa más auténtica de Resistencia.

Fernando murió. Sus restos se velaron en el Fogón de los Arrieros. Todo el piberío de Resistencia pasó la noche en vela a su lado. En la puerta hizo guardia de honor el cuerpo e "Boy Scouts". El doctor Horacio Rivero Sosa, Director de Cultura de Resistencia, despidió los restos en nombre de la ciudad. Y fue enterrado a la vera de una calle, porque fue, por antonomasia, el perro callejero, vagabundo, libre.

Esta es la historia de Fernando, el perro de Resistencia que no necesitó de un nombre humano para ser humano.

 

UN ANIMAL QUE FUE TEMA DEL COMENTARIO PERIODISTICO MUNDIAL

Se llamaba Fernando. Era nada más que un perro vulgar por su linaje y origen pero sumamente singular. En muchos aspectos obraba como un verdadero ser humano.

Frecuentaba los lugares públicos de la ciudad, asistía a representaciones, jugaba con grandes y chicos y hasta oficiaba de insospechado guía a los viajeros.

Vivía en ninguna parte y estaba en todas. No tenía dueño, pero no era un perro vagabundo, cultivaba la amistad de todos sin demostrar preferencias.

Había muchos motivos para que "Fernando" excediera el marco de la vulgaridad y alguna vez la B.B.C. de Londres se ocupó de su vida.

"Fernando ha muerto, su lanuda figura y sus ojos vivaces no forman más parte del paisaje urbano. Había logrado reunir algo que a veces nos falta a los humanos y muchos que no tienen los llamados irracionales..."

 

ANECDOTAS DE FERNANDO

"Fernando tenía por costumbre cumplir religiosamente sus recorridos.

Nunca faltaba a la plaza central, donde cumplía una de sus grandes pasiones: perseguir gatos. Eso era una obsesión en Fernando. Sólo existió un pequeño gato negro que se hizo amigo de él. Ese animal vivía en el "Viejo Rincón" y era el único que podía darse el lujo de juguetear con el popular perro".

Un tiempo el perrito andaba de amores con una perrita negra y solían dar riendas sueltas a sus sentimientos en el bar "El Japonés", que estaba al lado del actual edificio de Lotería Chaqueña.

Eso le molestó al dueño y le derramaron agua al perro para asestarle luego duros golpes. Fernando quedó muy lastimado y lo transladaron al consultorio del Dr. Pipo Reggiardo quien lo operó y se encargó de la recuperación.

Fernando acostumbraba a sentarse con toda la educación del mundo a saborear el plato que se le ofreciera. Era muy raro que comiese en el suelo. De desayuno comía "café con leche y medialunas"

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